lunes, 19 de diciembre de 2011



Las cicatrices de un hogar...

Ayer fui de visita al lugar donde viví prácticamente toda mi vida.
La casa que mis padres compraron siendo yo muy niña y en la que pasé 40 años de mi existencia...

Cuando la vendí hace un tiempo, sufrí mucho al abandonarla. Revisé cada marca, cada línea de la pared "esto fue cuando cumpliste dos años -le dije a mi hija un día- tu papi y yo marcamos tu estatura aquí. Y esta otra es de cuando cumpliste cuatro años..."
La casa estaba llena de "marcas" como ésas.
Puertas, ventanas, pisos, paredes, muebles... todo contaba una historia.

Pero ahora el apartamento está impecable. Los muebles de la cocina con nueva chapilla de madera brillante, lustroso e inmaculado acero inoxidable y costoso mármol. En donde había ladrillitos decorativos llenos de rasguños de las patas de los perros y creyones lavados con la obras de arte de mi pequeña, ahora había piedra tallada.
Las paredes lijadas, pintadas. Todo impecable. Tan impecable que daba lástima pisar una alfombra o sentarse en los muebles…

Ah -pensé- esto no es un hogar, es un prospecto de una revista de decoraciones...

Un hogar para que sepa a hogar tiene que tener cicatrices.
Historias que contarles a los demás.
Por ejemplo, yo conservo en mi cocina un rodilllo de amasar que mi hermano pintó hace más de 30 años en la escuela para mi madre.
Y ese rodillo ha decorado las paredes de la cocina desde entonces y con él muchas tortas y galletas preparé yo a mi hija. Y cada vez que lo uso recuerdo el día en el que, orgulloso, un lindo niño lleno de pecas lo exhibia como un trofeo "para mamá".
El rodillo está lleno de marcas. Hay sitios en los que se le cayó un poco la pintura. Pero allí está. Hermoso, vistiendo mi cocina y ayudando a hacer más dulce la vida de mi hija...
Cuando mi hermano vino un día de visita a la casa se sorprendió al ver que aun existía y estaba en uso ese rodillo y procedió a contarle muy entusiasmado a sus hijas, ahora señoritas, que ese rodillo lo había pintado él en el colegio...

Mi casa, la de ahora, tiene marcas de la familia anterior y tiene las marcas que estamos dejando nosotros. Yo limpio mi casa, y la arreglo con infinito amor. Pero no enloquezco si se hace una raya en el pavimento o se le cae la pintura a la pata de un mueble. Al contrario, son esas cosas lo que hacen de una casa bien arreglada "un cálido hogar".

Mi hija de tan solo 12 años lloró mucho porque "habían destrozado su antigua casa" cuando técnicamente lo habían "embellecido”...
Y fueron precisamente esas lágrimas las que me inspiraron a escribir esto. Porque se que más de uno sufre cuando se rompe una porcelana o se mancha una olla esmaltada...
¡No nada de eso!
Hay que vivir cada marca. Esa es la inequívoca señal que allí existe una familia, que allí se forjan vidas.
Es como la arruga en la cara, la estría en la barriga. Ellas me dicen y le dicen a los demás que he vivido. No voy a enloquecer porque un día me vea en el espejo y a la ya existente arruga la acompañe otra. Probablemente seguiré poniéndome mis cremas y cuidándome del sol pero esa nueva arruguita será bienvenida, porque es mi vida la que está representando.

Me gustan los hogares con cicatrices. Me gustan cuando me cuentan cómo se cayó la pintura o se hizo esa raya en el marco de la puerta. Me gusta cuando una pared ha sido trabajada por quienes habitan la casa buscando hacer algo especial. Cuando eso ocurre me siento cómoda y pienso: “esto si es realmente shick…”
Lo impecable, lo intocable está en los folletos. A mi no me gustaría vivir en un prospecto, quiero recibir cada mañana en una casa que le diga a los demás quién soy y como he vivido. Es decir, en un hogar lleno de “cicatrices”…
Como cuando decoro el arbolito con mi hija y mi esposo y cada año al sacar de las cajas los viejos adornos todos tienen una historia que recordar: "Esto lo compramos en aquel viaje, esto lo hizo la niña, esto lo hice yo, esto nos lo regalaron unos amigos, esto fue aquel año..." y entonces el arbolito se convierte en un maravilloso libro de cuentos lleno de vida y emoción.

Nada más hermoso pues que "las cicatrices" de un hogar...

Espero que este nuevo año llene de "cicatrices" sus vidas y sus hogares ...
Aida Beccaria

viernes, 16 de diciembre de 2011

Jugar a la verdad




Ayer fue un día de revelaciones...
Hace unos diez años, en Caracas, mi hija, entonces de 5 añitos, tuvo su primer amor. Ese amor que juega a la franqueza sin miedo y sin complejos. Era un compañerito de clase que abiertamente le manifestaba a mi pequeña sus sentimientos. Cuando ese niño me veía llegar a buscarla, salía corriendo a mi encuentro. Y mostrándome el mejor carro que estuviera estacionado en la calle me decía: "Yo voy un día  a regalarle a ella un carro de ésos que  le gusta. Ella es una reina y se lo voy a dar" Yo sonreia y lo abrazaba y le decía: "Gracias por quererla así"
Como todo gran amor infantil, dio su fogonazo final el día que cambiamos a la nena de colegio. Y desde entonces, nada más se supo de aquel dulce galan de lentes y pecas...

Pasó la vida y ya mi "chiquitita" practicamente tiene 15 años. Está despertando al mundo de la "mujer"

Yo me he propuesto desde que la llevaba en la barriga, enseñarle a no ser banal. Poniendo empeño en lograr que las cosas superficiales no fuesen su prioridad. Y en esa lucha he buscado incluir algo tan elemental, que por elemental, la mayoria pasa por alto: Ser uno mismo, s
er uno mismo siempre y  bajo cualquier circunstancia, sin jugar a ser nadie más y sin sentir pena o bochorno de lo que se es.

Ahora el amor juvenil llegó. Un muchacho de 16 años se enamora de mi hija y mi hija en la mitad de una confusión lógica de su momento, siente que está enamorada también.
En mi posición de madre primero, no permito que a ese sentimiento ninguno de los dos lo llame "relación" porque como se le he explicado a mi hija, ninguno  está aun emocional y psicológicamente apto para tamaño reto. Pero al mismo tiempo he permitido al sentimiento florecer y a la ilusión le cedí su espacio.
La he dejado sentir sus "mariposas en el estómago" y con ella, de manera cómplice, me he alegrado de cada frase bonita, de cada guiño de ojo...
Como su infancia está por irse he insistido en que disfrute los últimos tiros sin pena ni verguenza y que abra sus alas de mariposa al sol poco a poco, para que pueda un día estar lista para el vuelo sin dañarlas o deteriorarlas.

Mi pequeña, para mi orgullo, ha entendido perfectamente que está en una transición. Pero ayer llorando me abrazó y me dijo que le dolía. Que dolía mucho este cambio. Que dejar de ser niña le producia una angustia en el pecho que casi le quita el aire. Y que ella entendia que no tenia edad para una relación pero que lo que sentia era tan fuerte que también le dolia. Siempre con chorros de lágrimas y abrazada a mi me dijo: "Mami, como en las películas él me tomó por la barbilla y me dio un besito y yo sentí que mi corazón se salía del pecho"
Me confesó que fue tal su rubor que el mismo joven sonrió y le dijo que él comprendia y que la esperaria. Mientras hablábamos, el joven le escribió a su celular un hermoso mensaje. Y mi hija de decía "voy a guardarlo siempre" ...
Esta confesión me llevó a recordarle a mi "chiquita" que la vida muchas veces la pondrá en el camino de elegir entre ser ella misma o mentir. Y que pase lo que pase yo le pedía no sucumbiera a la tentación de ser una más del montón. Una de las que se mira al espejo y sufre porque el pecho o la espalda no son lo que según la mayoria deberia ser. Una que dice y habla de forma pre determinada porque su grupo habla así. Una que deja de salir porque no tiene un traje nuevo ya que el vestidito que se pondria se lo han visto mil veces. Una que de pasos acelerados porque atrás de ella un tropel social la empuja haciéndole sentir que si no hace o dice tal o cual cosa, será poco más o menos que anormal.
Que jamás, jamás se deje gobernar por cosas como "yo lo hice" "a tu edad deberias" "la mayoria en tu lugar"
Y una cosa me llevó a otra: La hipocresia es terrible. Pero la peor hipocresia es la que muchos ejecutan contra si mismos.
Así que esas palabras que me dijo a mi. Esos sentimientos que con tanta sinceridad me expresó, ella debía expresarlos al muchacho objeto de su perturbación. Decírselo sin miedos de si dejará de quererla, o nunca más la mirará. Porque las rosas, si son rosas, tarde o temprano florecerán...
Le pedí vehementemente que cerrara herméticamente sus oídos a cualquier cosa que pudieran decirle o sugerirla sus amigas o compañeras. Que jugara siempre a la verdad. Que tomara la sabia decisión de ser ella misma.
Yo por supuesto, jugaré mi rol de madre como ella bien sabe. No la dejaré ir sola a reuniones, fiestas o cines, porque las hormonas son anárquicas y no entienden de razones. Pero también le daré como hasta ahora, el espacio que su hermosa ilusión merece. Y le pedí contunuara siempre sincera y leal primero con ella misma y conmigo después. Las pupas de ninfa toman todo el tiempo que es necesario para que se formen las alas, Y una vez que éstas aparecen, la mariposa sale de su encierro y se da tiempo de nuevo tiempo para estirarlas y dejarlas secar al sol. No le importa si lo que tiene de vida como mariposa es tan sólo un día, al contrario, para vivir ese día a plenitud, le da chance a sus alas de fortalecerse...
"Hay que dejar que las cosas lleguen sin apurarlas" Así como cuando ella abandonó los pañales porque ella queria hacerlo y no porque yo la obligara. Así como cuando lanzó el chupón por la ventana porque no quería más usarlo y no porque a mi me pareciera que estaba grande para tenerlo. Así como durmió a mi lado hasta que le dio la gana y ella sola escogió el día en el que comenzó a dormir en su habitación, habitación que ahora ama y arregla y cuida a su gusto.
Yo jamás escuché a nadie. No me importó si el hijo de mi vecino hacía sus necesidades solo desde los dos años, o si al bebé de mi comadre le quitaron el chupón a los tres meses. La psicologia moderna y los comentarios del "gran daño que le haces a tu hija" porque le permitia domrir abrazada a su padre y a mi por ejemplo, los dejé correr como agua de rio, sin tocarlos ni beberlos.
Y el resultado de dejar todo a su debido momento, es la hija que tengo, de la que me siento plena y orgullosa.
No quisiera nunca que mi hija dejara por ejemplo de guardar una foto que refleje un momento especial de su vida, porque en la foto se ve fea, o gorda, o aparece una nariz más grande de lo normal...
No quisiera que mi hija se privara de ir a una reunión o salida o evento porque no tenga ropa adecuada ni posibilidad en ese momento de adquirirla. No quisiera que mi muchacha siilenciara un sentimiento sincero y espontáneo porque podria verse ante los ojos de los demás algo tonta.
Y si ella tiene metas, sueños, anhelos, que los luche y le de espacio a la ilusión. Porque al final en la vida solo goza de ratos de felicidad quien se permite ser honesto consigo mismo.
Ya mi muchacha está próxima a cerrarle la puerta a su niñez. Que lo haga despacio en la secuencia que le corresponde. Sin apuros. Sin violencia. Cuando ella quiera hacerlo. Para que esa puerta que quede atrás sea un momento lindo para recordar y no un trauma. Para que esa puerta sea como el último pañal que ella misma echó a la basura o como el chupón que ella misma lanzó por la ventana.
Mientras tanto, yo seré madre. Yo vigilaré los cerrojos. Yo frunciré mi ceño cuando corresponda, pero dejaré libre el pasillo para que ella pueda circular por él cuando deba hacerlo, sin obstáculos. Camino a la puerta que dice "mujer" y donde toda una vida se le brindará majestuosa, siempre que ella juegue a la verdad.
Si algo espero lograr de mi "chiquita" es que sea honesta con ella misma. Se siente rico cuando a la hora de dormir, no hay mentiras que recordar ni papeles que memorizar para jugarlos al día siguiente...


Aida Beccaria