lunes, 9 de agosto de 2021

UNA HISTORIA QUE NO ES CUENTO “La matica de guanábana” Antes de echarles el cuento de la matica, primero quisiera hablarles del lugar donde esa matica nació: Un pequeño apartamento de dos habitaciones que albergaba a cinco personas. Mamá, papá y tres hermanos (dos hembras y un varón). Y también un perro, un gato y dos canarios. Además de las dos habitaciones, el apartamento tenía un gran balcón y un amplio salón. Mis padres (si, porque es de la casa de mi adolescencia que les estoy hablando) optaron por eliminar el balcón y reducir la sala a fin de ganar espacio para hacer una tercera habitación. Así, el balcón desapareció y en su lugar quedó un ventanal de extremo a extremo. Lamentablemente el ventanal no tenía vista salvo un enorme paredón al frente. Por ello mamá cubrió el ventanal de plantas. Todo se veía muy verde, agradable y tropical. Cuando mamá murió, yo continué cuidando con esmero ese lugar. Ese punto era un paso obligado para ir y venir de la cocina a las habitaciones. Y a todos nos gustaba merodear por la cocina buscando bocadillos de medianoche.En una de esas incursiones, mi padre se preparó un plato de guanábana en trozos. Y comenzó a comerla camino a su cuarto. Cuando pasó frente a la ventana, escupió una semilla que cayó directamente al porrón del ficus. Con una sonrisa de oreja a oreja dijo: “Allí quedó…” y siguió su camino. Algún tiempo después ,mientras arreglaba el mini jardín, me consigo con una guanábana germinada. Muy erguida ella compartiendo espacio con el ficus. A todos nos pareció divertido, pues germinó tras venir directa de la boca de papá. Lo cual nunca fue su propósito. Así pues allí la dejamos. Años después mi padre fallece. Y yo (por otra historia que me obligaré a contarles un día,) tuve que dejar el apartamento. Y la ciudad. Con mi esposo, mi pequeña hija, mis esperanzas de comenzar de nuevo y mi matica de guanábana, me mudé a otra ciudad a una pequeña casita. Allí en esa casita había un cuadrado de tierra en el patio frontal donde plantar la guanábana. Y eso hicimos. La sembramos en la tierra. Por algún tiempo seguía pasmadita en su rincón. Pero tras algunos inviernos, la matica comenzó a crecer. Le sentaba estar en la tierra. Llegó a ponerse de mi tamaño, hasta que … hasta que nuestra perra (una preciosa cachorra de pitbull), decidió “jugar” con el arbusto. Y con sus poderosas mandíbulas lo destrozó y convirtió en un palo deshilachado con un cementerio de hojas alrededor. Quedó en tan mal estado que todos dudamos pudiera salvarse. Incluso el jardinero de la casa vecina al verla movió su cabeza de un lado a otro señalando: “eso no tiene remedio”. No la desenraicé. Dejé el palo, que ya estaba algo leñoso, como guía para unas enredaderas. Triste por haber perdido la guanábana de mi padre, seguí mi vida. Otra vez corrió el tiempo. La cachorra creció y aprendió a respetar lo que no era de ella, plantas incluidas. Y una mañana regando las enredaderas, descubro en un nódulo cerca de la raíz de guanábana, unas hojas. Y no era la enredadera ¡No! ¡Era la guanábana! Llamé a cuantos pude para que lo vieran. A todos pareció increíble que a pesar del daño sufrido reverdeciera. Pero así fue... Se hizo más alta. Me superó en altura. Una noche se desata una tormenta. Flash de luces, seguidos de inmediatas rimbombancias sonora que demostraba lo cerca que caían los rayos. De pronto se escuchó un ruido estremecedor. La casa se sacudió. La luz se fue. Por el sonido, el impacto y el olor entendimos que se trataba de una centella que había caído muy cerca. En cuanto la tormenta amainó, salimos a evaluar los daños. Y entonces la vi: Mi guanábana destrozada... La centella había caído sobre ella. Esta vez sí que no había nada que hacer. El tronco se había partido en dos desde la misma raíz. Segundo duelo... Mi esposo cortó ambas partes del tronco pero no saco las raíces para no lesionar las plantas alrededor. Pasó un buen tiempo, no sé exactamente cuánto, el suficiente para que una lechosa (papaya) que habíamos sembrado, creciera y diera sus primeros frutos. Y evaluábamos la posibilidad de retirar algunos cuando mi esposo descubre en medio de las enredaderas, una tímida plantita asomándose. Me dijo: “dime loco, pero creo que esas hojas de allí pertenecen a la guanábana”. Y si. Era nuestra guanábana. De la base del tronco muy cerca de la raíz, estaba de nuevo reverdeciendo la planta. Enseguida liberé espacio. Retiré y cambié de lugar las enredaderas y sólo dejé las ornamentales al ras del suelo. Quería que la guanábana tuviera espacio, aire y sol para seguir en su milagroso proceso de regeneración. Luego de un par de meses otra vez teníamos en casa un precioso arbusto. Fuerte, hermoso. No tardó en llegar la florescencia y dar frutos. Nuestro arbolito se cargó de punta a punta. Cada guanábana que nos comíamos nos llevaba a recordar a papá y su inicio con ella. Pasó un año. El arbolito seguía creciendo y cargándose. Si me pidieran humanizarla yo diría que fue su época “más feliz”. Pero entonces otro daño. De repente una mañana notamos que el árbol lucía opaco. No tenía el verde hermoso de siempre. No perfumaba el ambiente. Sus hojas estaban todas manchadas. La fruta se desprendía aun verde y pequeña. El color del tronco cambió... La examinó a detalle el jardinero y nos informa que le "había caído una plaga" Le pedí que hiciera todo lo posible por salvarla. Yo misma me pasaba horas enteras tratando de limpiar hoja por hoja. Se pusieron en práctica todos los remedios comerciales y domésticos disponibles. Pero nada funcionó. En muy poco tiempo la guanábana se marchitó. No había brotes nuevos. Y a sus pies, otra vez, un cementerio de hojas mustias y frutos dañados. Tan dañada estaba que el tronco se pudrió y cedió. Ahora sí. La tercera es la vencida. Mi Guanábana murió. Esta vez pedí al jardinero la desenraizara por completo. El señor obedeció. Pero se llevó la raíz (mas bien una parte de ella) pues decía que quizás, salvando algo y plantándolo en maceta, se lograra de nuevo un milagro. "De repente" -repitió- Yo sinceramente no albergaba la mínima esperanza. No me parecía que de ese manojo ocre que se estaba llevando Don José pudiera lograr nada. Pero no me opuse al intento. Y así, unos meses después, cerca de navidad, el querido Don José, nuestro jardinero itinerante, toca la puerta. Con una sonrisa enorme en el rostro me entregó un porrón con dos hojitas y me dijo: “Feliz navidad”... Pues sí. Imaginan lo correcto. La matica de guanábana lo estaba haciendo otra vez. “¡Un verdadero milagro de Navidad!” - dije- dándole un abrazo al Sr. José. Esta vuelta decidí no regresarla a la tierra. En principio porque ya había en su lugar un orgulloso limonero y también porque me pareció que en un porrón estaría más protegida. Fue creciendo todo lo que una guanábana puede crecer en una maceta. Prisionera obviamente no daba frutos, pero estaba verde y bonita. Tiempo después me toca la triste tarea de separarme de mi hija y de mi esposo. Dejarlos en casa y aventurarme lejos para tratar de conseguir dinero pues la situación se había tornado muy difícil para la familia. Pero días antes de mi partida decidí plantarla en tierra. Mi esposo estuvo de acuerdo. El punto es que no teníamos "tierra" como tal. Todo el patio había sido cementado. Eso no nos detuvo. Rompimos el cemento y comenzamos a cavar. Pero por más que hundíamos la pala en el agujero, la buena tierra no aparecía. Solo arcilla, arcilla y más arcilla. Tierra ideal para hacer un jarrón, pero no para sembrar. No obstante, como el agujero ya estaba abierto, pusimos abono en él y la plantamos allí. No era un sitio ideal como donde se hallaba el limonero. Pero era lo mejor que podíamos hacer. A mi esposo le encargué la tarea de retirararla y devolverla a su maceta si notaba que la planta enfermaba, entristecía o se secaba. Y con el corazón chiquito por dejar atrás mi familia, mi casa, mi vida, sin saber cuándo los volvería a ver, partí rumbo a Europa. De ese momento ha transcurrido más de un año. He vivido instantes de verdadero drama. Y para sentirme cerca de alguna forma a mi hija, mi esposo, mi hogar, sostengo largas conversaciones por video llamada con ellos. Debo confesar que honestamente la mata de guanábana no es el tema central de esos encuentros aun cuando a ratos pienso en ella. Pero una tarde mi esposo me llama muy emocionado y me dice: “Antes que cualquier cosa que debamos hablar, quiero que veas algo” Lleva el teléfono al patio y enfoca la cámara a la mata de guanábana. Me dijo mientras me la mostraba: “Mira, mira mujer, tiene frutos. Tiene dos bellas guanábanas y date cuenta lo alta que está” Me quedé sin palabras. Porque me parecía increíble que con todas las condiciones adversas y habiendo pasado lo que pasó, esa planta nuevamente estuviera reverdeciendo. Cuando colgué pasé un buen rato contemplando las fotos que me envío mi esposo. Y pensando en analogías. Porque todos sufrimos destrozos en nuestras vidas: “tormentas” “plagas” “desenraizamiento” pero si abrimos los ojos al día siguiente, es porque no estamos muertos, Y si no estamos muertos podemos volver a comenzar. Como el hígado que se regenera a partir de un pedazo de él... A la mata, a mí, y a muchos de quienes hoy leen esto, le quedan raíces por dentro. Así que lo que hay que hacer es dejar a esas raíces hacer su trabajo. Y brotar un par de hojas… el resto vendrá solo. Lo decían muy claro las abuelas de uno: “Mientras hay vida, hay esperanza” Mi guanábana tiene el poder de la resiliencia. ¡Debo imponerme emularla! Y ustedes deberían hacer lo mismo... ¡Que la clorofila los acompañe!