domingo, 4 de septiembre de 2011

Palabras


En las mañanas al levantarme tomo un café y me baño. Es un ritual ineludible desde que cambié las trenzas por el lápiz labial. Luego me visto con la ropa seleccionada el día anterior (ese truquito es para dormir 10 minutos más). Mientras coloco las llaves en la cartera, que precariamente sostengo sobre las rodillas, y ya con un pié fuera de la casa, doy las últimas instrucciones domésticas: “Descongelen el pollo” “No olviden la comida de la perra” “El plomero está aquí  a las tres” … Al llegar donde vaya, comienzo a repartir los “buenos días” cosa que hago porque Carreño se lo enseñó a mamá y mamá me lo enseñó a mí…
Es probable que entre tanto tome otro café (depende de dónde esté) y comente los acontecimientos importantes según la prensa (dependerá de la gente y del ánimo). Acto seguido, decente y derechita, procederé a mostrarle al mundo lo hacendosa y trabajadora que soy.
Y todo para volver mañana a cumplir con un impecable día a día que sin duda satisfacerá a mucha gente... Pero hoy al comenzar la mañana, algo detonó dentro de mi. Estaba preguntándome si las orquideas que llevan años conmigo y que he cuidado prolijamente, florecerán. Y al preguntarme si florecerán este año las orquideas, si la humedad es la correcta, si las aboné adecuadamente, recordé como en una explosión las palabras de un viejo profesor de biología.
Ese profesor hace muchos, muchos años atrás (palabras más o palabras menos) dijo: “Vivir no siempre es existir” Y agregaba: “Preocuparse de los hijos, el trabajo, la responsabilidad y los buenos modales está bien. Siempre que la vida no se reduzca a escalas y halagos. Pero para aquellos para quienes la vida es algo más que un reconocimiento, el sueño, las ilusiones, los imposibles y hasta la rebeldía deben necesariamente contar con un lugar” Todo eso entonces me parecía perorata de un viejo intelectual. Hoy me aterra haber comprendido finalmente al viejo profesor. Y me aterra porque han trascurrido más de treinta años desde entonces… ¿Dónde quedó la niña que corría por correr? ¿La que soñaba? ¿La que se amaba a si misma?.. Esa niña se escapó por algún resquicio de la vida.
Qué tristeza!...Me basta con mirar a mi alrededor para comprender que he sido una víctima del querer hacer siempre lo justo y lo correcto. Me dejé avasallar por una vida recta tal vez sin existencia… ¡Cómo duele comprender hoy lo que quiso decir ayer aquel viejo profesor!.
Es triste mirarse las manos curtidas por el tiempo y ver en ellas solo fotos y recuerdos. ¿Cuántas veces cada uno de nosotros en su momento, silenció un “te quiero” porque no era el momento? ¿Cuántos nos doblegamos una y otra vez frente a una injusticia, defendiendo un salario? ¿Cuántos nos hemos rendido ante a una batalla jamás presentada? ¿Cuántos hemos dejado a un lado la espontaneidad porque no congenia con la personalidad que el cargo y la responsabilidad imponen?... Es doloroso comprenderlo todo cuando quizás ya es tarde. No me queda más que justificar mi olvido con estas líneas y pedirle perdón a la jovencita que abandoné sin miramientos en el laberinto del pasado. Pedirle perdón porque nunca quise reconocerla cuando defendía las causas perdidas. Cuando adoraba a Whitman. Cuando escuchaba absorta al portero del colegio contando su larga vida y desdeñaba al recto profesor que deseaba imponer un dogma. Cuando valoraba la tierra húmeda, la grama, la puesta de sol y despreciaba un reloj de Cartier...
Definitivamente con estas líneas me pido perdón a mi misma y le doy el último golpe a la impotencia: ¿Florecerán este año las orquídeas? ...     


Aida Beccaria

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